La Historia Argentina fue escrita por hombres que en mayor o menor grade tenían de la patria un concepto exclusivamente formal. De allí que nuestra historiografía corriente – especialmente en los textos destinados a la enseñanza – exalte como valores próceres y califique de patriotas a quienes “se unieron con el enemigo y le prestaron ayuda y socorro”, para rebajar en cambio con calificativos denigratorios a los que resistieron a ese enemigo. En la Revolución de Mayo ve solamente un movimiento doctrinario; y considera como propósito exclusivo de las luchas civiles redactar una “Constitución”. Rivadavia es la gran figura porque “se adelantó a su tiempo” con proyectos de reformas liberales, y Rosas el “tirano” que retardó veinte. años la organización nacional”
Nada dice de las causas por las cuales se perdió medio virreynato, de las tentativas de reconstruirlo, de los motivos que obligaron al levantamiento de los caudillos, de la defensa de la soberanía en 1838 y en 1845, de la independencia económica y las causas que motivaron su pérdida, de la posición internacional, etc. Nada dice tampoco sobre una interpretación social de la Argentina. Lo que no es institucional (tomado como sinónimo de liberal) no interesa a la historiografía didáctica.
Contra esa historiografía liberal en todos sus matices, desde las Crónicas de Funes a la nueva escuela histórica contemporánea, es que ha surgido el Revisionismo Histórico. Sus propósitos son estos dos: reconstruir el pasado conforme a una auténtica critica y valorarlo de acuerdo a la mejor conveniencia nacional. Auténtica tiene el significado de crítica metódica y veraz, tan difícil de ejercer donde tantas resistencias se levantan contra quien dice “toda la verdad y nada más que la verdad”. Y nacional, que los hechos históricos han de ser interpretados y valorados con prescindencia de una ideología determinada (y mucho menos desde aquellas abstracciones corrientes: humanidad, civilización, progreso etc.); que deben interpretarse de acuerdo a la mejor conveniencia de los argentinos como hombres y de los destinos de la Argentina como nación.
Escribir y enseñar una historia que sea Historia de la Argentina, y no de las ideas liberales en la Argentina, necesariamente tuvo que producir una revolución en la jerarquía de próceres que había legado la historiografía anterior. Quienes estaban muy bien desde las “instituciones” estaba muchas veces muy mal desde la nacionalidad; en cambio, los “tiranos” y caudillos olvidados o denigrados por la generación anterior hubieron de ser reivindicados a titulo de su firme patriotismo.
No era una posición política antiliberal como se dijo: se respetaron las teorías como doctrinas políticas o económicas, pero no se las consideró la patria misma. El replanteo de juicios sobre la actuación de los gobernantes liberales, especialmente en la época de Rivadavia, mostró la cantidad de retórica inconducente y carencia de tino político que hubo en hombres que poseían cierta cultura: mostró que su desconocimiento del país y sus hombres corría parejo con su familiaridad con los tratadistas europeos de derecho público, y que tras ellos – tal vez sin saberlo plenamente – se agitaban intereses comerciales de fuertes potencias extranjeras.
Del revisionismo surgió totalmente cambiada la figura de Juan Manuel de Rosas. En el “tirano” de la vieja historia se encontró a un estadista con singulares dotes de habilidad, popularidad, energía y – sobre todo – patriotismo; se vio en el gaucho de la pampa al argentino por excelencia: laborioso, leal con los suyos, que sabe respetar y hacerse respetar. Se supo que su gobierno, conducido con mano firme, produjo la unidad nacional, la independencia económica, el respeto por la soberanía; y hubiera llegado constituir un sólido bloque entre los estados que formaron el virreynato si no cayera en 1852, por obra del Brasil.
No es que el revisionismo histórico se circunscriba a la figura de Rosas: pero el conocimiento claro y la interpretación argentina de su época es fundamental para nuestra historia por los grandes problemas que se agitaron en ella. Y es, sobre todo que el choque de las dos ideas de patriotismo, de las dos Argentinas, se presenta muy evidente en la interpretación del Dictador que, armado de la suma del poder público, defendió su tierra contra la agresión de Francia e Inglaterra aliadas y auxiliadas por un partido “argentino”.
La polémica, iniciada en el recogimiento de las academias, ganó inmediatamente la calle. No podía menos que ser así, por la índole del tema discutido. No se trataba únicamente la veracidad de este o aquel hecho: se discutió lo que es la patria y quienes fueron sus servidores leales y desleales, quienes los eficaces, quienes los retóricos. Fue tomando el tono agrio de una disputa teológica y, como tal, también llegaron ”excomuniones” para los adeptos a la nueva fe. Se los acusó de “ofender a los próceres”, hubo decretos y proyectos de ley condenando a años de prisión por este delito, y los revisionistas se defendieron mostrando qué eran los “próceres” del liberalismo y quienes habían ofendido antes a la patria. Y que, cuando el presunto “prócer” estaba contra la patria, no podía condenarse a quién se quedara con la patria y no con el “prócer”.
Fueron empleadas todas las armas para silenciar al revisionismo – no ya para rebatir sus argumentos o contestar su documentación – las academias se cerraron para sus historiadores, la prensa calló o tergiversó sus enseñanzas; hasta 1945, los profesores revisionistas eran amonestados o expulsados de sus cátedras, no obstante la libertad de opinión de enseñanza del credo liberal. Se los expulsaba precisamente, por decir la verdad; y por decirla con lenguaje argentino. Cuando el revisionismo ganó la calle, hubo un ministro del Interior que ordenó – muy seriamente – a sus agentes de policía que disolvieran los actos públicos cuando los oradores ”ofendiesen a los próceres” según, por supuesto el criterio del vigilante o el ministro. Por supuesto que nada detuvo la ola revisionista. Es que el formal concepto liberal de la patria instituciones, que fue la base de la vieja historia ya había ido cediendo ante el criterio que identifica la patria con los hombres, las cosas y la tradición de este suelo.
El proceso de recuperación de la argentinidad debía ser precedido, necesariamente, por la recuperación de nuestra Historia.
José María Rosa